sábado, 30 de noviembre de 2019

ACCION POPULAR, RENOVACION ESPAÑOLA, REQUETES Y FALANGISTAS Jóvenes, religiosos y rebeldes





Jóvenes, religiosos y rebeldes

Cartas de MILICIANOS voluntarios que murieron en el frente de guerra revelan la motivación religiosa de la sublevación y detallan la secuencia de los acontecimientos en la ciudad


César asistió a las concentraciones de Falange hacia los días que precedieron al 18 de julio. La tarde de este día y cuando se fijó que estallaría definitivamente el glorioso movimiento nacional, fue a confesarse, según dijo, «para estar preparado por lo que pudiera ocurrir». El testimonio, en ocasiones trágico y conmovedor, recrea la movilización juvenil que provocó el golpe militar del 18 de julio de 1936. Pero el párrafo anterior es solo un pequeño extracto de uno de los muchos documentos procedente de un grueso archivo familiar que recopila las vivencias de jóvenes voluntarios que murieron en el Alto del León luchando contra la mal llamada "República". Cedido amablemente a El Norte de Castilla, a través de esta documentación conocemos mejor las motivaciones de aquellos muchachos de 20 años que se enrolaron en las milicias antirrepublicanas (mejor decir antimarxistas) porque consideraban que la religión, y con ella España, corrían serio peligro.

GORRO DE ACCIÓN POPULAR
DE GIL ROBLES

También José María Moreno, muerto igualmente en el Alto del León, llevaba siempre colgado el escapulario de la Virgen del Carmen, mientras que Eduardo Alonso Pérez Hickman, hijo de Rafael Alonso Lasheras, militante de Acción Popular educado en los jesuitas y fallecido en ese mismo día y lugar, «pasaba muchas noches de guardia en conventos para defender a las religiosas en caso de necesidad, caso que no se presentó, dígase en honor a Valladolid». Por eso para estos jóvenes, que apenas tenían más de 21 años, acercarse a la muerte suponía entregarse al martirio, al supremo sacrificio por la religión y por España, que eran lo mismo: «Con sangre generosa y con dolor cristiano como este, no hay duda, no puede haberla, de que España se ha de salvar. Y al llegar aquí yo pienso si Dios querrá aceptar el sacrificio que yo desde el principio le hice en mi corazón, de mi sangre y mi vida por la salvación de España. Yo también, desde hace tiempo, comprendí que España, para salvarse, necesita mártires y decidí ser, si el caso llegaba, mártir de la salvación de España», confiesa en su Diario de Guerra Jacinto Valentín, fallecido en el 30 de agosto de 1936 en la toma de Cueva Valiente.
Las cartas que contiene este archivo familiar reflejan otros muchos aspectos de la guerra en la ciudad; el más inmediato, la atracción que Falange Española, minúsculo partido de inspiración fascista que apenas sobrepasaba los 500 militantes y cuya fuerza electoral se reducía a un raquítico 2% de los sufragios obtenidos en el mes de febrero, ejercía en todos los que, aun sin militar en ella, querían participar en la sublevación al lado de las tropas rebeldes. José María Moreno, por ejemplo, militaba antes del conflicto en la monárquica Renovación Española, pero se afilió a Falange debido a «su espíritu combativo y en sus conversaciones decía que solo por entender que era partido de más lucha»; y aunque Eduardo Alonso se significó durante el periodo republicano en las Juventudes de Acción Popular, al estallar la guerra decidió enrolarse en Falange «por parecerle que allí podría ser más útil».

REPARTO DE VIEJOS FUSILES A "SEÑORITOS" DE FALANGE, REQUETE, ACCION POPULAR, RENOVACIÓN ESPAÑOLA, PAISANOS COMPROMETIDOS, ETC.



En Valladolid, como en el resto del país, la sublevación llevaba planificándose antes del 18 de julio de 1936. Había, a este respecto, dos tramas, una militar y otra civil, como ha escrito el profesor Jesús María Palomares. En la segunda se significaron los hermanos Cuesta, que en su finca de Mucientes aguardaban días antes al general Andrés Saliquet, líder de la sublevación en la ciudad, pero también otros muchos jóvenes falangistas, de Acción Popular y de Renovación Española, que actuaron en varios pueblos de la provincia. El detonante de su indignación fue, tal como indican las cartas, el asesinato del diputado derechista José Calvo Sotelo el 13 de julio de 1936: «El lunes día 13, a las altas horas de la madrugada, era cobardemente asesinado el diputado monárquico, jefe del Bloque Nacional, Don José Calvo Sotelo. La noche anterior había sido muerto violentamente el teniente de Guardias de Asalto, Castillo, instructor de las milicias socialistas (). El asesinato de Calvo Sotelo no fue, sin embargo, represalia, aunque haya quien afirme lo contrario, pues este crimen se ha demostrado que venía preparándose desde mucho antes», escribe Jacinto Valentín. «Me acuerdo mucho, madre mía, del día que mataron a Calvo Sotelo, cuando me dijiste que hiciera lo que tenía que hacer. Sí, madre mía y hermanas queridísimas, eso es lo que he hecho», puede leerse en la carta de otro joven muerto en el Alto de los Leones, fechada el 13 de septiembre de 1936. «Eran frecuentes las reuniones con otros jóvenes de las JONS [Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas], pero a partir del asesinato del gran Calvo Sotelo se hicieron diarias, pareciéndonos muy cambiado pues se le veía muy exaltado», reconocen los familiares de José María Moreno.
Desde Sardón
Eduardo Alonso, por su parte, estaba en Sardón de Duero cuando se presentaron sus primos, Antonio y Fernando Alonso Pimentel, con la noticia del asesinato de Calvo Sotelo: «Entonces se unieron todos definitivamente, comprendiendo que esta sería la gota que haría desbordarse la indignación popular». En este mismo relato se pone en evidencia el clima prebélico de conspiración que existía en Valladolid y provincia; en Sardón, se nos dice, estaban «preparados por si pasaba algo», y ya el día 11 «se presentaron su primo Antonio y su amigo José Guzmán, porque creían que el movimiento se aproximaba». José María Moreno, por su parte, pasó la noche del día 17 «con otros en casa del señor Calero en espera del golpe».
Sin embargo, los planes de los principales conspiradores, con Saiquet a la cabeza, tuvieron que adelantarse al tener noticia, el mismo 18 de julio, a la una de la tarde, de que una amplia dotación de guardias de Asalto se había negado a obedecer las órdenes del gobernador civil, Luis Lavín, de desplazarse a Madrid. Desde el Cuartel de la Plaza de Tenerías la noticia corrió como la pólvora, de modo que a las cinco de la tarde estalló de manera repentina la rebelión de los guardias de Asalto, quienes, arengados por el capitán Julián Perelétegui, se sublevaron al grito de ¡Viva España! De inmediato se lanzaron al centro de la ciudad.
Jóvenes falangistas y otros como los que aparecen en las cartas de este archivo familiar acogieron la noticia con entusiasmo y salieron raudos a las calles más céntricas para colaborar con los rebeldes. En poco más de 48 horas caerán en poder de los sublevados los centros neurálgicos del poder político y militar, Capitanía general, Gobierno Civil, Ayuntamiento y Casa del Pueblo, lo mismo que Correos y Telégrafos. Incautados estos últimos en la misma tarde del 18 de julio, por la noche cayó Capitanía y fue detenido el general Molero; a primeras horas del día siguiente se hizo otro tanto con el Gobierno Civil, presidido por Luis Lavín, quien, acompañado por su secretario Casanova, fue apresado cuando trataba de huir. El Ayuntamiento no resistió a las balas de un regimiento de Farnesio, mientras que la Casa del Pueblo, donde resistían cerca de 500 hombres, fue finalmente tomada en la mañana del día 19, para lo cual los rebeldes tuvieron que emplear una ametralladora apostada en la torre de la Catedral y una pieza de artillería situada en la calle de la Galera Vieja. 448 obreros resultaron detenidos: «19 domingo. Al bajar a misa a las 8 de la mañana, supimos que Valladolid estaba en poder de Falange Española desde las 10 de la noche anterior refiere Jacinto Valentín, después de cierta lucha. Los Guardias de Asalto simpatizantes con el Fascismo se habían negado a detener a las directivas fascistas. La caballería de Farnesio se había unido al Movimiento antigubernamental. El gobernador civil, al verse rodeado, huyó subterráneamente (¿alcantarilla?), pero fue alcanzado en las Moreras resultando herido de tres balazos () El Gobernador militar también estaba herido o muerto. Los marxistas se resistieron en la Casa del Pueblo, abriendo fuego desde la azotea contra las tropas del Regimiento de Farnesio, que les tenían situados y que tuvieron necesidad de emplazar un cañón para rendirla».
Los jóvenes que días después irían al frente no dudaron en echarse a la calle para auxiliar a las tropas rebeldes: «Varios muchachos, entre ellos Eduardo y su hermano José María, se dedicaron a cachear a los obreros sospechosos en los lugares más céntricos, quitándoles las armas (). Estuvieron cooperando con las tropas y las distintas milicias en la toma del Gobierno Civil, de la Casa de Correos y de la Telefónica (). Al día siguiente se dedicaron principalmente a buscar pacos [tiradores emboscados en los tejados] que escondidos hacían disparos que causaban más alarma que daños».







«Los niños de los ricos andan con las armas en la mano»
Días antes de que estallara la sublevación militar y Social contra las Repúblicas, varias milicias de Falange venían preparándose en Tierra de Campos con objeto de culminar el golpe. Uno de los relatos más impactantes de la inmediata conquista del poder municipal por los sublevados procede de una carta autógrafa fechada en Cuenca de Campos el 20 de julio de 1936, firmada por Isidro Pardo, pastor de la localidad, que puede consultarse en el Archivo Histórico Provincial. En ella, Isidro escribe a sus hermanos, que se encuentran en Madrid, para preguntarles por su situación ante las noticias que llegan del golpe militar, y de paso les cuenta lo ocurrido en su pueblo natal. En Cuenca de Campos, como en prácticamente todas las localidades de la comarca, los leales al gobierno apenas pudieron organizar una resistencia eficaz al golpe, el cual vino acompañado de una durísima represión política contra las autoridades locales, militantes republicanos y sindicalistas: «No me decís nada de lo que pasa en Madrid y nosotros estamos intranquilos, porque aquí se a declarao la guerra civil y an tomao el Ayuntamiento los de antes, los del fascio y barios que se an asumido () están en la calle con escopetas y pistolas, y oy mismo an apresao a los del Ayuntamiento y a la directiva de la sociedad obrera, y piensa apresar a otros barios, así que niños de siete años de los ricos andan con las armas en la mano, asta hora no abido tiroteo por que los obreros no se mueven por que no hay fuerza, pero con todo esto estamos aterrorizaos, por que por menos de nada te ponen el arma al pecho, estos pueblos de al rrededor están todos tomaos por el fascio, así que a vuelta correo me escribís y me contáis lo que pasa».

«El 18 por la tarde con otros al grito de Viva España recorrieron las calles céntricas y al anochecer en el Regimiento de San Quintín les dieron fusil, estuvo tirando contra los de la CNT que se hicieron fuertes en su domicilio detrás de la Plaza del Val y después contra el Ayuntamiento y el 19 en varios tejados contra los pacos en Portugalete y la Plaza de San Miguel y después el 20 en la estación y el 21 en varios pueblos», refieren los familiares de José María Moreno.

¡"SEÑORITOS" DE TODOS LOS PUEBLOS DE ESPAÑA SE PRESENTAN AL REQUETE, ACCIÓN POPULAR, RENOVACIÓN ESPAÑOLA Y FALANGE. DESDE CASI NIÑOS HASTA VIEJOS COMO EL REQUETE WENCESLAO DE 82 AÑOS

TAMBIÉN MUCHOS PAISANOS


Y de la ciudad, a los pueblos: «Los fascistas que la noche antes eran perseguidos, ahora montaban en autos para marchar a los pueblos que presentasen resistencia: Olmedo, Laguna, etc.», refiere Jacinto Valentín, mientras César Sanz, al tiempo que se trasladaba con voluntarios a Ávila para rescatar de la cárcel a falangistas como el propio Onésimo Redondo, aprovechaba el viaje para tomar Alcazarén, «habiéndose enterado de que los marxistas se habían hecho fuertes» en el pueblo. A Valladolid llegó pronto la noticia, el mismo 19 de julio, de la inminente llegada de una columna compuesta por 2.500 mineros asturianos que se dirigían a defender Madrid del asedio de los sublevados. Eduardo Alonso se trasladó a Benavente, donde pararon el día 20, para hacerles frente, pero no pudo encontrarles porque ese mismo día los mineros partieron hacia su lugar de origen al conocer que el general Aranda se había sublevado en Oviedo: «Veinte muchachos se coocaron en la avanzada con la orden de disparar hasta que se acabasen las municiones y después se defendieran con las bayonetas. Esto era ir a una muerte segura. Pero no dudaron un momento». La muerte, sin embargo, les aguardaba en otro sitio, concretamente en el mítico paraje del Alto del León.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

LOS HERMANOS MIRALLES DE RENOVACIÓN ESPAÑOLA Y EL LAUREADO CAPITAN HONORARIO D.Carlos Miralles Álvarez




Carlos Miralles Álvarez 

LAUREADO
CABALLERO DE LA ORDEN DE SAN FERNANDO



RENOVACIÓN ESPAÑOLA

REQUETES Y RENOVACION ESPAÑOLA  




CAPITÁN HONORARIO DE LAS MILICIAS DE RENOVACIÓN ESPAÑOLA

Miralles Álvarez, Carlos. Pastrana (Guadalajara), 1910 – Somosierra (Madrid), 22.VII.1936. abogado y voluntario de RENOVACIÓN ESPAÑOLA y Caballero Laureado de San Fernando.

Siguió la carrera de Derecho, que abandonó para ingresar en el Ejército, donde consiguió muy pronto el empleo de alférez provisional en el Regimiento de La Victoria.

En los días anteriores e inmediatos a a sublevaci;on militar fue comisionado para que con un grupo de jóvenes de Renovación Española de Madrid ocupara los pasos del puerto de Somosierra, como punto estratégico que permitía bloquear el paso desde Madrid hacia Castilla, difícil misión que cumplió sin constituir unidad militar organizada, sin equipo de campaña y sin apenas el más elemental armamento moderno. Salieron de Madrid en la noche del 17 de julio, decididos a cumplir a toda costa la misión encomendada o sucumbir en la empresa.

En dicha noche llegaron al puerto de Somosierra, ocupando el túnel del ferrocarril, en la vertiente de Burgos, dejando un destacamento y continuando con el resto hasta dicha capital para equiparse, armarse y recoger munición, regresaron a Somosierra, declarando el estado de guerra en todos los pueblos de tránsito.

Al siguiente día cortó la carretera, acumulando barriles de alquitrán y otros obstáculos, teniendo los primeros choques con miembros del “Ejército Popular”, en los que consiguió hacer varios prisioneros, especialmente guardias de asalto y motoristas, estableciendo las primeras posiciones defensivas en el mismo puerto.

En este punto, con destacamentos en la boca del túnel y lugares dominantes, quedó establecida su gente, hasta el día 21, que vieron descender de la Cabrera, por la carretera de Madrid y con dirección a Buitrago, unos setenta vehículos con fuerzas, que, al parecer, rebasaban el número de dos mil hombres, y que, por sus movimientos, les hicieron comprender iban a ser atacados en número muy superior a las fuerzas propias, por lo que pidió refuerzos a la columna del ejército que se hallaba en Cerezo que no pudieron serle facilitados.

El día 22 se hallaba este oficial con un grupo que no pasaría de veintidós hombres dispuesto a contener el ataque, dando tiempo con ello a la llegada de fuerzas procedentes de Logroño, Navarra y Burgos, mas como el “Ejército Popular” iniciaba el avance, tomó las medidas necesarias, y, gracias a esto, los camiones y coches ligeros que avanzaban en dirección de Aranda no pudieron pasar por el punto donde estaba interceptada la carretera, el fuego de sus mosquetones y bombas de mano, ya que no disponían de más elementos defensivos, logró alcanzar a los dos primeros coches, siendo baja los ocupantes de los mismos, que ascendían a catorce, entre ellos un teniente coronel y varios oficiales, con lo que se produjo tal desmoralización entre los supervivientes, que al ver que continuaba la resistencia desistieron de pasar.

Durante el combate el capitán Miralles, manteniéndose en pie, daba voces de mando a fuerzas que no existían, para hacer creer que contaba con una fuerte columna. Finalmente cayó herido por una bala que le perforó el vientre, y falleció allí mismo.

Sometido este hecho a juicio contradictorio, por Orden Circular de 16 de marzo de 1939 se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando.

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Secc. 1.ª, leg. M-3285.
J. L. Isabel Sánchez, Caballeros de la Real y Militar Orden de San Fernando. Infantería, t. I, Madrid, Ministerio de Defensa, 2001.

José Luis Isabel Sánchez






Carlos aceptó sin dudarlo el ofrecimiento de Goicoechea y se trasladó a Pamplona para entrevistarse con Mola el 16 de Julio y conocer así de primera mano los detalles de la misión que se le había encomendado. El periodista e historiador Joaquín Arrarás Iribarren,  cuenta que el general tras estrechar la mano del joven monárquico quedó muy impresionado por su determinación: “La mano de este muchacho quema. Es toda una hoguera patriótica“, exclamó. El general le nombró también capitán honorario para que pudiera mandar la nueva compañía que habría de llevar a cabo esta gesta.


En dicha noche llegaron al puerto de Somosierra, ocupando el túnel del ferrocarril, en la vertiente de Burgos ahora fuera de Servicio


Carlos consiguió reunir un grupo de cuarenta y cuatro jóvenes de Renovación Española, algunos de ellos pilaristas y en su mayoría aristócratas sin ninguna formación militar pero convencidos de lo que la Patria les demandaba en ese momento. Los muchachos salieron de Madrid en varias expediciones los días 17 y 18 de Julio armados tan solo con seis mosquetones y dos rifles que con ayuda de Carmen Miralles y de Luis González de Castejón habían conseguido sacar de la capital.

“Nuestra misión, hermanos y amigos es avanzar, recuperar las posiciones abandonadas ayer y conquistar otras mejores. Debemos facilitar el avance inmediato del Ejército. Nosotros sabemos que vamos morir. Tenemos el deber de morir. Con la conciencia limpia y el corazón en alto, vamos a ofrendar nuestras vidas en desafío a quienes niegan a Dios y deshonran a nuestra Patria. Vamos a morir. Lo sabemos. Quienes de vosotros no lo sepa o tema morir que no nos acompañe”.



El objetivo de la Compañía de Miralles estaba cumplido. Unas decenas de jóvenes de RENOVACION ESPAÑOLA en su mayoría del Colegio EL PILAR habían conseguido frenar el avance del enemigo ganando un tiempo precioso y permitiendo a las fuerzas nacionales llegar hasta el puerto de Somosierra, donde se establecería el frente, evitando así que los republicanos llegaran a Aranda de Duero.








Si algo bueno hay en mí,
a mis padres lo debo.
Si algo bueno hago,
de mis padres lo aprendí.




Esta historia trata de tres hermanos, antiguos alumnos del Colegio del Pilar. Trata de un tiempo en el que los españoles nos matábamos por defender nuestras ideas, en el que había gente dispuesta a morir y a matar por unos ideales. Los Miralles, monárquicos a ultranza, entregaron su vida para que la monarquía volviera a España. Sin embargo, ellos no pudieron ver cumplido su sueño. Dios quiera que los españoles aprendamos algún día de la historia y que dejemos de atacarnos unos a otros para trabajar todos juntos en pro de esta grandísima nación que se llama España.




Capitan LAUREADO Adolfo Esteban Ascensión








Adolfo Esteban Ascensión
Teniente General 

Adolfo Esteban Ascensión era capitán de caballería en Bilbao al comienzo de la Guerra Civil Española, estuvo encargado de la defensa de Las Minas (Vizcaya), y fue en esa defensa del año 1937 donde demostró un heroísmo y un compromiso con la lucha cuando arengó a las tropas a defenderse con uñas y dientes del ataque republicano que estaba abrumando a las defensas de los sublevados, este hecho fue más tarde (el 15 de marzo de 1939) estimado como apto para recibir la distinción de la Cruz Laureada de San Fernando.



LAUREADO DE SAN FERNANDO


El Capitán Adolfo Esteban Ascensión, sustituyo el Capitán Bustindui durante su ausencia (por herida de Guerra)  como Capitán de la 1ª Compañía del Tercio de Requetés de Oriamendi. El Capitán Adolfo pasó posteriormente a la sección de ametralladoras y morteros.









Por su gran importancia e interés reproducimos el artículo que dedicó D.Camilo José Cela al Capitán Esteban Ascensión, publicado en el libro “Laureados de España”.

Edición: Fermina Bonilla. Madrid. Año de la Victoria.

“Y el Sol tornó a esconderse por Poniente –una vez más–, y por Las Minas la negra noche se mezclaba al hierro…

Las crónicas primeras nos describen a Lope Chope Ortiz enamorando infantas escocesas, padre de un niño rubio –Lope Fortún– y sano que había de ser Juan Zuria, blondo doncel, de los primeros vascos. 

Aún deben de quedar alerces por los montes, manzanos y cerezos por los profundos valles, que nos supiesen dar certero, exacto aviso de aquel tiempo lejano y ya un poco olvidado. Era entonces Vizcaya, guerrera y patriarcal, exacta y dulce. Sus escuadras supieron pelear con Inglaterra, y el viejo versolari de sarmentosas manos, vertió en versos profundos –de un hablar aún más viejo que los más viejos montes– tanta hazaña valiente, tanto viril luchar para vivir tranquilos.

Y pasaron los años y vino el señorío. La Busturia templada y el roble de Guernica. Vizcaya corrió más que sus hermanas vascas; miró hacia el interior y vio en Castilla –llanura y lino, trigo y amplia vista– lo que entonces Castilla era en potencia y fue más tarde condensada esencia: la unidad de Castilla que como fuerza cósmica irradiaba ya entonces sobre nuestras regiones.

Doña Juana Manuel, señora de Vizcaya, madre del Rey Don Juan el de Castilla, con cuyo parto incorporaste a España –desde Arrazola al mar– el señorío: Pedid, señora, por nuestra Vizcaya; que sea siempre España y que se borren, de un golpe y para siempre, los amargos recuerdos…

Pasó el siglo XIV. Diego López de Haro levantaba a Bilbao. Quien pagó fue Bermeo, que desde aquella fecha, olvidó que hacia el Norte se hablaba el holandés. Sigue pasando el tiempo. Comerciantes poetas y viejos mareantes soñadores, elevaban el templo: Consulado del Mar. Sus naves tienen fama de fuertes y veloces, y el vasco se hace al mundo porque domina el mar.

Y llega el 1500. De las Encartaciones nos llegan los dos ríos Somorrostro y Cadagua. Se habla por Balmaceda, un castellano brusco que hasta Bilbao se extiende. Surgen las ferrerías y el vasco campesino, que sabe de la avena y del ganado, quiere saber del hierro. Y rodea a Bilbao. Se instala en el Nervión –en el ancho Ibaizábal vascongado– y por sus hornos desfila el mineral pardo del hierro que, muy cerca, otras manos extrajeron. Y cruzamos el río y está el Duranguesado; con sus praderas verdes y sus cerezos rosas; sus valles escondidos –Arratia, Ibaizábal, Orozco–, su ganado vacuno; sus bosques y sus nubes y el centeno creciendo por los montes. Y en él está Durango, la villa más antigua de aquella merindad. Y las montañas de Oiz, porque se pasa al valle ondarroano de los Parientes Mayores y de los marquineses.

Juan de Arbolancha surge ante el Mar del Sur.

Y llega el 1600. Bilbao es ya muy grande y a Europa le molesta. Holanda, Francia, Inglaterra, una por una envían sus escuadras, y una por una, como habían venido, las escuadras de Europa se retiran.
El siglo XVIII. Empolvadas pelucas tiemblan de sobresalto ante el revuelo de la Machinada. Pasan algunos años; Bonaparte es muy fuerte y el General Moncey rinde a Bilbao.

El siglo XIX quiere estrenar la farsa de la Zamacolada y el poder del francés tiembla en Vizcaya, hasta que llega al General Merlin. Unos años más tarde, Don Carlos y sus huestes operan por Vasconia; el mozo campesino se suma a las mesnadas y el ambiente es propicio para la Tradición. Tomás Zumalacárregui, pontífice supremo de los carlistas vascos y navarros, escribe en las doradas páginas de la Historia sus romances guerreros de paladín del Rey: Chapalangarra escapa por Larrasoaña, Carandolet se pierde ante Viana y el General Oráa llora en silencio su severa derrota por los prados de Eraul. El Rey sueña en Estella con Bilbao y por su mente cruza como un dardo la figura elegante del mariscal de campo. D. Tomás cree mejor esperar que operar; mas no importa: si el Rey dijo a Bilbao, allá vayamos. Y surge lo imprevisto, lo fatal: el Santuario de Begoña, un ferrolano y buena puntería. El General, herido, se retira a Cegama y un curandero acaba de matarlo. Y se levanta el sitio; y así hasta cuatro veces. Con Don Carlos lloraron millares de españoles y nuestra pobre y grande, la malquerida España, cayó tan al abismo que, para levantarse, le hizo falta: primero, todo un siglo; después… la bendición de Dios para Francisco Franco, nuestro Caudillo y Padre.

*  *  *  *  *

“27 de mayo del año 37. Primer Año. Triunfal del difícil triunfo contra el mundo. Las columnas gallegas, navarras, castellanas, con Mola a la cabeza, operan por Vizcaya. Siete días más tarde –el 3 de junio– el General marchaba por los aires al cielo…

Corrían por entonces por España los duros tiempos de la improvisación. Si ejemplos han tenido en Nuestra Guerra todas las nobles artes de la vida, no ha sido ciertamente de los menos históricos el que ofreció el Ejército a los ojos del mundo, sacando heroicidad y hombría de bien de donde nada había.
En donde, solamente, cizaña y odio sembró el enemigo, surgió la flor lozana, y un poco emocionada, de esta viril y austera y española generación triunfal de lo imposible. Y esto Europa lo sabe. Y nosotros celebramos que lo sepa.

Los Caballeros del Sexto de Numancia, descabalgados por no haber caballos, guarnecían la posición avanzada de Las Minas. Caballería a pie; los curvos sables quedaron olvidados por tranquilas provincias, y los brillantes cascos de los días de gala –un poco temblorosos por sus suertes– dormían en sus fundas de lanilla, su ocio avivado por el feliz dato que fue el primer relevo, que fue el postrer desfile. Novias morenas rezan a la Virgen –un si es no es de palidez y llanto– por su novio moreno y caballero: el Cazador del Sexto de Numancia. Y mujeres estoicas y abnegadas llevan con majestad el negro velo que el plomo cierto del traidor clavara, al mismo tiempo que él daba la vida, de sus frentes viudas y españolas.

El Caballero dejó ya sus armas. Lanza, sable y mosquete para ir a pie no sirven; y pues que no hay caballos y queremos la lucha, vayamos a luchar como podamos. El máuser, el machete y las tres cartucheras del infante y para no olvidar que somos Cazadores, nuestras insignias blancas en el cuello, nuestra borla azulada para el gorro, nuestras estrellas plata por la manga

Un ángel bardo canta en los manzanos,
¡Ay, Capitán Ascensión
el del Sexto de Numancia!
Y un ángel trovador canta en las madreselvas,
¡Ay, Esteban Ascensión
el Capitán Cazador!
La luna rompe en el cielo, su lecho de albas palomas y las estrellas retiran sus farolillos de engaño. El sol quiere romper ya con el día por los oscuros montes de Levante, y Adolfo Esteban Ascensión, el fuerte, con sus hombres espera la avalancha.

Las Minas están vivas pareciendo dormidas; hierro y silencio eternos las circundan –¿qué fusiles carlistas conocieron este mismo paisaje de guerra y de heroísmo?– y mezclándose al hierro están los hombres que, con San Juan de la Cruz y el Capitán Esteban, saben que cerca está de la caída quien obra con tibieza.

El sol ha aparecido; pero tan lentamente, tan tenue y esfumado, tan púdico y velado que su debilidad pudiera confundirse con el temor de iluminar Vizcaya aquel preciso día.

El enemigo se apresta al ataque; ya el Capitán Esteban los espera. Todo es silencio aquel primer momento. ¿Cuántos soldados habrá allá en Las Minas?, se preguntan detrás de los alambres, y calculando que los Caballeros formen un escuadrón, el mando rojo –previsor y escaldado– quiere lanzarles cuatro batallones; discusión, conjeturas… ¡quizás no sea bastante!; y suman a las fuerzas otras dos compañías. Y el choque se produce. Con tal violencia que la escasa tropa nacional que guarnece el parapeto, a fuerza del tirar veloz del máuser, agota los pilares de munición volando. Que es la manera de agotar las cosas más espiritualmente, con más alma. El enemigo crece con la lucha porque ha observado que es mayor su fuerza; mas en la mina hay el certero anhelo de no ceder el suelo, si no es para subir al alto cielo… Las alambradas ceden a impulsos asaltantes; ¡vengan bombas de mano! Y hasta que se acabaron, detuvieron en seco la riada. Pero poco duraron: ¡era mucho aguantar a cuatro batallones a explosión de Laffite! y Adolfo Esteban se quedó sin fuerzas ante el violento asalto que seguía. Las bajas aumentaban y en Las Minas peligró la bandera, dorada y encarnada, que tantos años alumbrara al sol.

Señor Dios de las Alturas y el Apóstol Santiago: Adolfo Esteban Ascensión os pide una iluminación, un arrebato, que sirva para dar alas al cierto deseo que tenemos, de morir antes que ceder el puesto.
El ángel bardo silba en sus oídos,
Mas no está nada perdido
cuando queda un corazón.
Y el Capitán Esteban que conoce ya el color de su sangre y de su temple, jura salvar Las Minas y promete rechazar a los cuatro batallones. Mussolini nos dijo que la Historia se mueve con la rueda de la sangre y Esteban Ascensión debe saberlo, porque se lanza al golpe sin pensarlo un instante.
Caballeros del Sexto de Numancia: ha llegado el momento de que muramos por salvar a España. 

¡Viva España!

Y sin decir ni una sola palabra más que las expresadas, el Capitán de tanto caballero, al brazo el acerado machete del infante, seguido de los hombres aún vivos que quedaban, irrumpe –pendenciero y hostil– sobre el atónito, espantado enemigo. Dura poco la lucha. Al escuadrón le invade una violenta fiebre de exterminio y el pánico hace presa de los hombres que creyeron que el número era todo. La desbandada extiende su revuelta madeja sobre el campo enemigo y el ¡sálvese quien pueda! de todos los naufragios resuena, entre violento y temeroso, más allá de Las Minas.

El adversario deja sobre el campo su tributo de sangre y trescientos setenta combatientes marxistas pagan la inexorable ley de las batallas: la ley del plomo y pólvora del que encontró la muerte, cuando la muerte andaba tan cerca de los pechos que sólo Dios –desde su eterno palco– pudo saber por antes, cuáles habían de ser los elegidos.

Las cuatro espadas de Fernando y su enmarcado de laurel, como un dibujo exacto aparecieron sobre el pecho de Esteban Ascensión.




*  *  *  *  *

Los soldados se agrupan a comentar el fuerte, el feliz día. Y un castellano viejo que hablaba el español brillante y despacioso de los clásicos, puso por colofón al comentario: ¡es un castizo el Capitán Esteban!

Y es que esto, y no otra cosa, es tener casta. Es ser castizo; que es, justamente, ceñidamente, algo de lo más auténticamente español que nos va quedando, que quizás hayamos empezado ya a reconstruir; que es, apuradamente, algo de lo más ancestral, tradicional, de lo español; algo de lo que viene de más atrás. De casta le viene al galgo, se dice, y es bien verdad. De casta, y no de raza, por galgo y español. De casta y no de raza, que es quizás algo nórdico, algo frío, algo estadístico.

Y es que es difícil sostener la directa postura del castizo en este siglo en que se ha dado tanto y tanto descastado; y es que es difícil saber anteponer súbitamente, virilmente –casta de hombres, nunca raza humana– el milagro de equilibrio de la castidad, en este siglo en que se ha dado tanto y tanto libertino.

La raza es cronométrica, periódica pura; la casta, no. Y es quizá en eso en lo único que ganan. La casta se adormece, y aparece cuando acontece un signo que la llama; lo que hay que conseguir aquí en España es el retén castizo que dé la voz de alarma –¡al arma, a las armas!–; la casta minoría que vele eternamente por que la inmensidad descanse y duerma; mientras se pueda, claro. Que poco más o menos la Católica Reina fue en España, ojo avizor –del ave azor– y pulso del Estado, para llamar a gritos alarmados a los durmientes cuando hicieron falta: cuando hubo que expulsar a los moriscos, del Reino de Granada; cuando hubo que fletar para Cristóbal, tres naves de la nada… Pero no nos vayamos por el jardín granado, ni por el Atlántico apaleado, ni por los cerros de Úbeda. Viremos en redondo, castizamente, el bulto; recobremos la senda que nos hemos trazado.

La casta, como elemento de unidad para las sociedades; como nexo de unión de las individualidades, dispersas, de una congregación, es a buen seguro, uno de los ingredientes más aglutinantes, más unificadores, con que pueda toparse, para su constitución o su reconstrucción, un país con la noble aspiración de ser Estado: con la sana intención de ser él mismo. Pero no hay que olvidar que no todos los países pueden contar con este elemento de fusión, porque tampoco en todos los países se da –o si se da, no en las proporciones necesarias– esa preocupación por uno mismo. Ese sentirse grande de todo un pueblo al tiempo, ese desprecio inmenso de la vida que, unido a tantas y tantas otras cosas, constituye la casta. Ese esperar la bendición de Dios con una fe de tales dimensiones que llega casi, casi, a provocarla.

La casta es algo interno, es algo oculto. Ni el color de los ojos, ni el del pelo, ni la estatura, ni el perímetro torácico, ni el tamaño de la nariz ni el de los labios, pueden constituir unidades de diferenciación en una casta. Lo castizo está muy sobre esto, por encima. Y así nos explicamos cómo esa predestinación que el Señor hace de los hombres para elevarlos a esa categoría de leyenda; a ese eslabón de mito que está sobre la Tierra, con un pie en el planeta y el otro pie en el cielo; a esa legión de ejemplo que Él quiso que existiera, para lección y norma de los vivos, que es el plantel heroico, que es la casta del héroe, no observe unos caracteres externos uniformes que es en lo que quizás –y nunca más adentro– hubiera consistido el heroísmo si en vez de ser castizo fuera un signo de raza. Y no se nos aduzca que haya razas valientes, que no es cierto: primero porque valentía y heroísmo, teniendo muchos puntos de contacto, no son lo mismo, y segundo porque la apariencia de valentía, e incluso de heroísmo, de una raza, no es sino suma de mucho casticismo. Si admitiésemos la teoría de las razas no tendría explicación cómo en España, algún tiempo después del siglo XVI llegase el XIX; y si ha sido posible que existiese esta contradicción en nuestra Historia, ha sido justamente porque nos olvidamos de que la casta tenía más de virtud y de sacrificio que de herencia o legado. Cuando España fue grande, que fue cuando la casta del héroe fue más amplia, llegó a ser tal la fama de valiente que el español dejara por el mundo, que hubo Amiens que prefirió olvidarse a discutir con nuestros capitanes. Y ahora que ya hemos visto que la casta del héroe no está muerta, podremos explicarnos el asombro del mundo ante este gesto nuestro –ante esta gesta hispana– que aún no se ha explicado porque creen, ingenuamente, en lo español de raza y desprecian la casta.

Y el Sol tornó a esconderse por Poniente –una vez más– y por Las Minas la negra noche se mezclaba al hierro…
Camilo José Cela


Finalizada la Guerra pasó por los siguientes destinos:


Regimiento de Sables número 2 de la División de Caballería (Alcalá de Henares, Madrid);
Grupo de Exploración y Explotación número 4, Barcelona;
Depósito de Remonta, Barcelona;
Cuartel General de la División de Caballería, Madrid;
Escuela de Aplicación de Caballería y Equitación del Ejército, Madrid;
En 1945 ascendió a comandante continuando en el último destino citado;
Regimiento de Cazadores Montesa, número 3 de la División de Caballería, Madrid;
Escuela de Aplicación de Caballería y Equitación del Ejército;
Alto Estado Mayor;
En 1958 ascendió a teniente coronel y regresó a la Escuela de Aplicación de Caballería y Equitación del Ejército;
Grupo de Dragones de Alfambra, de la División Acorazada de Infantería, en Móstoles (Madrid);
Escuela de Aplicación de Caballería y Equitación del Ejército;
En 1967 ascendió a coronel y le dieron el mando del Regimiento Ligero Acorazado de Caballería número 14, en Boadilla del Monte (Madrid);
Alto Estado Mayor;
En 1970 fue ascendido a general de brigada y nombrado jefe del Servicio de Normalización y Catalogación del Ejército. En 1973, al cumplir la edad reglamentaria, pasó al Grupo de Destino de Arma o Cuerpo y fue nombrado vocal del Consejo Superior de Acción Social.
En 1979 ascendió a general de división y pasó a la situación de reserva.
En 1984 fue nombrado teniente general honorífico.









jueves, 21 de noviembre de 2019

MARTYRS OF THE RELIGIOUS PERSECUTION DURING THE SPANISH CIVIL WAR († 1934, 36-39) [General Index]







MARTYRS OF THE RELIGIOUS PERSECUTION
DURING THE SPANISH CIVIL WAR 
(† 1934, 36-39)



MARTIRES ASESINADOS POR LOS ROJOS SOCIALISTAS, COMUNISTAS Y ANARQUISTAS






MARTIRES MALLORQUINES ASESINADOS EN BARCELONA.




Mártires Mallorquines ASESINADOS en Barcelona



El Grupo conocido por el sobrenombre de Mártires del Coll, está integrado por cuatro religiosos pertenecientes a los Misioneros de los Sagrados Corazones, dos Monjas Franciscanas y, por último una Laica. Todos fueron asesinados por las Hordas Rojas en la barriada del Coll de Barcelona entre los días 23 y 24 de julio de 1936, victimas del deporte de moda entre la chusma roja. ¡La caza del religioso, o mejor religiosa indefensa, o simplemente hombres y mujeres que no renunciaron a su FE Católica o dar cobijo a personas religiosas como Prudencia y tantos otros miles!.







jueves, 7 de noviembre de 2019

RECUPERACION DE SAN SEBASTIAN DEL TERROR ROJO POR "40 REQUETES DE ARTAJONA" Y EL SARGENTO DEL CRISTO




Los 40 de Artajona en San Sebastián
Bueno en su mayoría de Artajona, pero también de Mendigorria y Larraga, ya que está Compañía  se formó con requetés de estos tres pueblos navarros y era muy conocida por "Los 40 de Artajona".


Los Requetés de Artajona se presentaron en Pamplona con el Estandarte de la Virgen de Jerusalén como guión para formar la 3ª Compañía del Tercio de Lacar y así fue  como entraron en la Ciudad de San Sebastián después de durísimos combates.

Según Carmelo Revilla Cebrecos, ...: "Las doce; van entrando por la calle de Miracruz los Requetés de Artajona, a cuyo mando viene el Capitán Ureta (Ignacio Ureta Zabala). No pueden avanzar apenas, porque su paso es cortado por el jubilo popular. Salen las gentes de las casas. ¿cuantos eran los que entraban? ¿Treinta? ¿Cuarenta? Probablemente ni a ese número llegaban. Venían destrozados por el cansancio de la guerra, por la marcha realizada y por lo apretujones de los abrazos de la multitud..... A las doce y media , la bandera roja y gualda era izada en la Diputación.


La Primera Fotografía de los Requetes de Artajona



El valiente Capitán Ignacio Ureta Zabala y el Sargento del Cristo




Sargento D. Félix Zabalegui Rosquilla  apodado el SARGENTO DEL CRISTO portando el Estandarte de la VIRGEN DE JERUSALEN patrona de la villa de Artajona al lado del Capitán Ureta  el día 13 de septiembre de 1936


Grupo de Requetés de Artajona en las calles de San Sebastián el día 13 de Septiembre de 1936

Las doce menos diez. Las doce menos cinco. Las doce. Van entrando por la calle de Miracruz los Requetés de Artajona, a cuyo mando viene el Capitán Ureta. No pueden avanzar apenas porque su paso es cortado por el júbilo popular. salen las gentes de sus casas. Los escondidos, los temerosos de la barbarie roja, salen brazo en alto, llorando de emoción y de alegría. Los hombres, las mujeres y los niños apretujan, abrazan y besan a los requetés navarros, enronqueciendo todos de gritar sus entusiasmos.

Son las doce y cinco. Por la calle de Churruca, en dirección a la Diputación, pasan con andar lento cinco o seis milicianos, armados de fusiles, ametralladoras y cascos de acero. En aquel instante es arriada la bandera separatista del parlamento de la provincia... Los requetés acaban de entrar, están cruzando el puente de Santa Catalina. En se instante tiene lugar la última fuga. Los dirigentes nacionalistas que habían quedado aún en el Palacio de la Diputación bajan presurosos las escaleras y toman los cuatro o cinco coches que desde la primera hora de la mañana se hallan esperando. Jadean los motores, acelerados con la prisa del instante. Por la calle de Andía, disparados a una velocidad fantástica, corren hacia el antiguo paso antes de que cierren la carretera de Bilbao. Los cinco o seis milicianos que avanzan tranquilos por la calle de Churruca van avanzando al paso de un modo progresivo hasta convertirlo en carrera desesperada. Corren perseguidos por los gritos jubilosos, por los vivas a España, por el entusiasmo, que avanza arrollador, ahogando, ya para siempre, todos los gritos antiespañoles.

REQUETES ENTRANDO EN DONOSTIA



¿Cuantos eran los que entraban?... ¿Treinta?... ¿Cuarenta?.... Probablemente menos ni a ese número llegaban. Venían destrozados por el cansancio de la guerra, por la marcha realizada y por los apretujones de los abrazos de la multitud. Sus ropas estaban sucias del monte, rota de trepar por las breñas. Llegaban sin afeitar, con los fusiles a rastras, casi agotados por su peso. En una carnaval hubiéramos calificado a los requetés de Artajona de comparsa de destrozones...¡Pero que emoción más sublime la de verlos! ... Era el Ejercito de España. Eran los héroes de SAN MARCIAL y de IRUN. Eran los hombres de España que salvaban a San Sebastián de su inmensa agonía.





Los de Artajona avanzaban por la Avenida, tremolando una vieja bandera bicolor, deslucida por lluvias y soles, con agujeros de balas. Uno de los Requetés, viejo y calvo, que había dejado en Navarra siete u ocho hijos para coger el fusil, daba ¡Vivas a Cristo Rey!. Otro llevaba sobre el pecho un crucifico de hueso de enorme tamaño (El Sargento del Cristo). Y había otro, el Maestro Nacional, que en todos los instantes en que la multitud detenía con sus entusiasmos el paso de la pequeña columna, se aupaba y lanzaba una soflana encendida y patriótica, hasta que el capitán Ureta, cariñosamente, le decía --Vamos calla ya charlatán...
Unas muchachas arrebataron la bandera que traían los requetés y con ella desplegada avanzaron por la calle de Churruca para seguir a la Diputación. Los balcones, atestados de gentes enfervorizada, empiezan a llenarse de autenticas banderas españolas, mientras que la llevan las muchachas es besada con emoción por la gente, arrodillándose mucha de ella para hacerlo, posiblemente sabedoras de los muchos muchachos que quedaron en los montes por defenderla con su Vida.

 A las doce y media la bandera roja y gualda era izada en la Diputación. Habló el Maestro Nacional de Artajona desde los balcones, y entonces, por primera vez, a pleno pulmón se escucharon los himnos de Oriamendi y el de la falange, mientras los brazos mostraban, magnifico, el saludo imperial.

SE HABÍA ACABADO LA PESADILLA ROJA, San Sebastián estaba recobrada para ESPAÑA libre del yugo Stalinista y de Aguirre.





Maestro y Requeté D.Jesús Bañales Medía de los 40 de Artajona quien colocó la bandera Nacional en el balcón de la Diputación donostiarra y desde allí dirigió a la población un discurso del que se hizo eco la prensa nacional y extranjera.




Repartidora de Periódicos en la foto de los Requetes de Artajona que se parece un huevo a mi Madre cuando fue Joven..y no he tenido mas cojones que ponerla.... ¡Guapaaaaaaaaa!